Washington.— Este viernes se celebra en la Ciudad de México la primera edición del Diálogo de Alto Nivel en Seguridad (DANS) entre los gobiernos de Estados Unidos y México, una para ambos países sobre un aspecto clave que han colocado al frente de la agenda binacional.

“Ambos gobiernos han mostrado interés en refrendar la cooperación en temas de seguridad como un punto central de la relación bilateral”, dice a EL UNIVERSAL Gema Kloppe-Santamaría, del Global Fellow del Wilson Center y profesora de la Universidad Loyola en Chicago.

“Sentarse a hablar sobre cooperación en seguridad, después de todo lo que sucedió el año pasado, tiene mucha importancia, aun si no se sale con un acuerdo de las conversaciones”, apunta Pamela Starr, directora de la red EU-México de la Universidad del Sur de California.

“Resolver las desconfianzas en un solo día sería difícil, pero el diálogo del viernes será un espacio para que las autoridades puedan comprometerse a buscar superar las dificultades y sentar algunas bases para avanzar”, comenta a EL UNIVERSAL Stephanie Brewer, directora del programa para México de la Oficina en Washington para América Latina (WOLA). Es una idea que comparte Starr, quien dijo a este diario que es “improbable” que el DANS “resuelva los principales desacuerdos entre EU y México en cooperación en seguridad”.

A pesar de que las delegaciones de los países sean de alto rango y la retórica de voluntad de trabajo al mismo nivel, antes de sentarse hay reticencias. “EU cree que la política de seguridad mexicana es insuficiente”, apunta Starr, “y México ve la política de EU igualmente insuficiente”.

“En términos generales existen muchas dudas sobre la estrategia actual del gobierno mexicano”, añade Brewer, quien recuerda que, a pesar de que México ha prometido una cooperación entre iguales, “tanto con [Donald] Trump como con [Joe] Biden, el gobierno mexicano ha aceptado las políticas ilegales de EU en materia de migración y (...) está participando activamente en ellas”. “En EU me parece que hay preocupación por una política de seguridad que oscila entre un discurso de ‘abrazos y no balazos’, y uno que en la práctica continúa militarizando la seguridad, con los riesgos y costos que conlleva en términos de Estado de derecho y violaciones a derechos humanos”, apunta Kloppe-Santamaría.

“Por otro lado”, añade, “creo que Biden ve el potencial que hay de cooperación en temas como la migración, una política antidrogas centrada en seguridad y también una preocupación por atender las raíces institucionales y sociales de la inseguridad”.

Para esta experta, “la llegada de Biden a la presidencia de EU abre una ventana de oportunidad para regresar a temas que hicieron parte de la agenda de seguridad en los últimos años del gobierno de [Barack] Obama: el enfoque en las drogas como tema de seguridad pública, la necesidad de fortalecer las instituciones y atender las necesidades socioeconómicas de comunidades afectadas por la violencia y el tema de las armas”. Con eso, dice, “la oportunidad es relanzar una agenda de seguridad basada en el respeto mutuo, la noción de corresponsabilidad y la necesidad de atender las raíces de la violencia”.

Las prioridades de cada país son más o menos claras. A EU le preocupa el narco, especialmente por la crisis de sobredosis, además de mayor celeridad en las extradiciones, trabajo conjunto de inteligencia y cumplimiento en la frontera. México tiene un punto crucial: el flujo de armas hacia México.

El episodio Cienfuegos, para muchos, fue el golpe definitivo a la cooperación en seguridad regida por la Iniciativa Mérida, que ahora México exige que se cambie. El fin de la Iniciativa Mérida es un hecho. Ambos países han lanzado mensajes en ese camino: México no está interesado en nada que suponga el envío de equipo policial al país, como expresó el canciller Marcelo Ebrard con su frase de que “el mensaje es claro: No me mandes armas, no queremos armas, ya no quiero que me des armas ni helicópteros ni nada”; en la administración Biden también hay certeza de que es necesario un nuevo cimiento para la cooperación en seguridad.

¿Cuál es el bagaje de la cooperación en materia de seguridad hasta ahora, evaluando los éxitos y fracasos de la Iniciativa Mérida? Para Kloppe-Santamaría, “siempre se quedó corta, tanto en el compromiso asumido por ambos países y los recursos destinados a programas de fortalecimiento institucional e inversión social”.

La experta especifica que “en términos de disminución de la violencia, desarme de organizaciones criminales y niveles de tráfico de droga, la Iniciativa Mérida no ha tenido éxito. Eso es, en gran medida, debido a que siempre se priorizaron las medidas militarizadas y cortoplacistas”. Brewer coincide: los aspectos como la persecución a líderes del narco o el equipamiento y militarización de las fuerzas de seguridad mexicanas “han fracasado de manera devastadora”.

“En un sentido más amplio”, comenta, “la guerra contra las drogas impulsada desde EU en la región hace décadas no sólo ha fracasado en sus términos, sino que ha provocado daños incalculables en México y otros países, por lo que cualquier nuevo marco de cooperación debería partir de abordar el uso de drogas desde un enfoque de salud pública”. Starr apunta que ese marco de colaboración “estableció un nivel de cooperación en materia de seguridad nunca antes visto en la relación bilateral”, y asegura que EU tiene como objetivo volver a ese nivel. Algo en lo que coincide Kloppe-Santamaría, quien añade logros como la reforma y modernización del sistema de justicia mexicano, así como el desarrollo de programas de prevención criminal.

Un reto que será complicado, según Brewer, porque las políticas que lleva a cabo el gobierno de López Obrador tienden hacia la militarización de la seguridad pública, “una de las estrategias fallidas que ha caracterizado los años de la Iniciativa Mérida”.

La gran duda es qué llega después de la Iniciativa Mérida, hasta qué punto los países tienen la confianza y la voluntad de cooperar y establecer un marco que satisfaga a ambas partes.

“En EU, la frase Iniciativa Mérida se usa para hacer referencia a una gama de programas de cooperación con México en materia de seguridad, Estado de derecho y derechos humanos”, dice Brewer. “Por ejemplo, para apoyar la transición al sistema penal acusatorio, capacidades de identificación forense, apoyar esfuerzos anticorrupción, etc. La tarea sería seguir con formas de cooperación útiles, al tiempo que se superan las estrategias fallidas”. “Cualquier nuevo esfuerzo en materia de seguridad debe partir del hecho de que sin reformas verdaderas a los sistemas de seguridad y justicia en México, no es posible fortalecer el Estado de derecho ni disminuir la violencia en el mediano y largo plazos”, señala Kloppe-Santamaría. Las expertas coinciden que de la reunión de este viernes, además de una primera toma de contacto y la voluntad de trabajo conjunto, se pueden esperar pocos resultados tangibles. “Es poco probable que las reuniones del viernes lleven a un nuevo acuerdo en seguridad como [la Iniciativa] Mérida (...) se trata de comenzar un proceso de restablecer la cooperación en seguridad. Llegar a un acuerdo nuevo y formal requiere tiempo en las mejores circunstancias”, apunta Starr, quien apunta que ahora mismo, “restablecer la confianza” es algo fundamental para, con el tiempo, “encontrar maneras de resolver desacuerdos”.

Si bien hay interés de las dos partes en restablecer puentes y comparten disposición, Kloppe-Santamaría no ve camino para el avance: “El gobierno mexicano continúa con una postura defensiva y nacionalista que difícilmente dará paso a una cooperación en la que se atiendan los problemas de derechos humanos y Estado de derecho que tiene el país. El gobierno de EU, a pesar de enarbolar el discurso de la corresponsabilidad, sigue atribuyendo la corrupción y la violencia a los cuerpos de seguridad mexicanos [sin ver lo que sucede en EU] y difícilmente el gobierno federal podrá hace algo respecto al tráfico de armas”.

Para Brewer, lo más “realista” sería esperar que tras las reuniones del viernes se salga “con un documento que identifique en términos generales algunos acuerdos u objetivos bilaterales”, si bien el mayor éxito sería que el encuentro se convierta en “un punto de partida para intentar construir nuevas estrategias o para reparar daños, lo que será un proceso más largo”.

Leer también: