WOLA: Advocacy for Human Rights in the Americas
1 Nov 2013 | Vídeo

Marcela Turati recibe el Premio WOLA de Derechos Humanos 2013

El 24 de octubre, la periodista Mexicana Marcela Turati recibió el Premio WOLA de Derechos Humanos por su indesmayable trabajo periodístico sobre la guerra contra las drogas en México, así como por sus esfuerzos para proteger los periodistas quienes exponen algunas de las organizaciones criminales más violentas de la región.

Marcela Turati es una reportera de la revista Mexicana Proceso y co-fundadora de Periodistas de a Pie, una red de periodistas creada para proteger a reporteros que se encuentran en riesgo en México, y asegurar que la prensa no sea silenciada. La valiente cobertura periodística de Turati ha mostrado el costo humano de la guerra contra las drogas en México. Ella ha trabajado indesmayablemente en las trincheras —a menudo con gran riesgo personal— para exponer los abusos a los derechos humanos y narrar historias de tragedias humanas que están detrás de las 70.000 muertes y 26.000 desapariciónes ocurridas en México durante los últimos seis años. 

Este es el discurso que dió aquella noche.

"Me siento muy honrada de estar aquí con ustedes esta tarde, especialmente por lo que WOLA ha representado en el terreno de los derechos humanos en América Latina. Me siento muy movida, también, a ser reconocida con un premio que la gente que admiro han recibido en el pasado y este año. Gracias a mi amigo Alfredo Corchado que vino de México para presentarme y porque él está preocupado por la situación.

Todavía no me acostumbro a estar aquí, arriba, en el micrófono. Yo debería de estar junto a las bocinas, tomando apuntes para armar una nota informativa del evento, pidiendo a los editores que esperen porque el programa está retrasado y los oradores excedieron su tiempo.

Pero con la violencia desencadenada en México a partir de la “guerra contra las drogas” –la estrategia militar emprendida el sexenio pasado con fondos y apoyo estadounidenses a través de la Iniciativa Mérida, que continúa vigente– mi país cambió. El cambio fue tan rápido que los periodistas cuando nos dimos cuenta ya estábamos tomando otros roles.

En esos tiempos yo fundaba con otras amigas periodistas que deberían de estar esta noche compartiendo conmigo este premio, una red que llamamos “Periodistas de a Pie.” Tenía como objetivo lograr que nuestras notas sobre los programas sociales ganaran espacio en los medios de comunicación.

Pero la violencia nos empujó a otro camino.

En mi caso, mi vida cambió y de ser una reportera que se dedicaba a cubrirla pobreza de pronto estaba cubriendo el hallazgo de fosas comunes con hasta 200 cadáveres y entrevistando a decenas de padres y madres itinerantes que habían caminado por todo el país buscando a sus hijos desaparecidos.

De repente yo ya no lidiaba con las víctimas de desastres naturales, sino que me encontraba con pueblos enteros desplazados por el huracán de la disputa territorial entre los cárteles de la droga o por las fuerzas federales.

Ya no reporteaba actos conmemorativos para las personas que fueron detenidos y desaparecidos en los años 70 y 80, durante la llamadas “guerras sucias” en tiempos del PRI, sino que acompañaba marchas de madres y padres que cargan fotos a colores de jóvenes que fueron desaparecidos de apenas ayer, en tiempos de democracia.   

La violencia nos cercó. Los periodistas tuvimos la opción de vendarnos los ojos y pasar por encima de la sangre sin mirar, blindar nuestros oídos a los sufrimientos; o agarrar la cámara, la libreta y la pluma e ir a los lugares de los que la gente huye en estampida. Podemos contar que en ciudades como Juárez– frontera con El Paso, Texas–de tanto asesinato la morgue estaba saturada, que la sangre escaseaba en los hospitales, que la ciudad se poblaba de tumbas jóvenes, que la gente s apretujaba en casas de parientes del otro lado de la frontera, que legiones de niños huérfanos todas las noches masticaban pesadillas y sin nadie que velara por ellos.

Yo he tenido la responsabilidad y el privilegio de poder contar semanalmente esas historias desde la Revista Proceso. Esta revista es un espacio de libertad en el que el equipo de reporteros se ha dedicado a documentar los nexos gubernamentales con los cárteles, los capos de la droga, la estrategia de guerra, la relación con EU, las sistemáticas violaciones de derechos humanos y las voces de las víctimas.

En estos tiempos, las compañeras de la Red (Periodistas de a Pie) y yo que nos enlistamos a la cobertura de la violencia de inmediato supimos que no estábamos preparadas para enfrentar la crisis humanitaria que estábamos experimentando. Pedimos ayuda a la ONU y a otras organizaciones para armar talleres con periodistas colombianos. De ahí surgió la decisión de cubrir la violencia desde el punto de vista de las víctimas, que nadie escuchaba, que eran miradas con sospecha, obligadas a llorar en silencio, y los cuerpos de sus hijos echados a las tumbas anónimas de impunidad.  

Conforme la coyuntura nos lo exigía diseñamos nuevos talleres. A veces el reto era cómo entrevistar a niños transformados por la violencia, cómo encriptar información para que no sea detectada, cómo se entra y se sale de zonas inseguras, cómo nos cuidamos emocionalmente para que lo que reporteamos no nos robe la alegría de vivir.

A los talleres de ciudad de México comenzaron a llegar periodistas provenientes del interior del país, mudos del susto, con la pesadilla atorada como catarata en los ojos, que nos contaban cómo los narcos, los policías o los políticos intentaban silenciarlos o habían callado para siempre a algún compañero. O de la oficina incendiada cuando estaban trabajando. De la granada que dejó a un compañero inválido. Del secuestro y la tortura de los narcos protegidos por los soldados a quien no quiso seguir órdenes. De la desaparición de amigos que seguían la pista a negocios criminales que involucraban a políticos.

Una mañana de mayo de 2010 de pronto estábamos en plena Avenida Reforma, cargando pancartas con las fotos de los colegas asesinados, tomando la calle para exigir justicia. Gritábamos que no queríamos “ni uno más”, que los queremos vivos. Que nos queremos vivos. Ya intuíamos lo que después fue obvio–había una cacería contra periodistas.

Recuerdo que no nos animábamos a tomar la avenida. Siempre habíamos estado en las marchas entrevistando a los manifestantes que tapaban el tráfico con sus protestas, pero ahora nos tocaba a nosotros. Los amigos de organizaciones de derechos humanos que ahí se encontraban nos decían: “No se rajen, cabrones, para que vean lo feo que se siente”.

Mientras marchábamos en silencio, se acercó un colega para entrevistarme y me pidió que si le ayudaba a cargar el cartel que llevaba mientras él escribía mis respuestas. Cuando terminó le pedí que él tomara mi pancarta para ahora yo entrevistarlo. Al final nos preguntábamos: “¿Con qué nombre se va a firmar la nota si nosotros también somos los protagonistas?” De pronto, los que nos dedicábamos a dar la nota nos convertimos en la nota.

Muchos colegas nos preguntan si seguimos siendo periodistas o ya somos activistas. Porque, además del trabajo cotidiano de armar la nota del día, nosotros militamos contra el silencio, por el derecho de los ciudadanos a estar informados y el de todos a expresarnos,  y porque no maten, desaparezcan o intimiden a otro más por hacer su trabajo, y porque los culpables encuentren castigo, y por nuestro derecho a la felicidad, y porque lo que ocurre no es normal, porque no podemos acostumbrarnos, no podemos darle tregua a los silenciadores.

Ahí tuvimos que hacer unos ajustes a nuestra identidad, la mía y la de muchas de mis colegas quienes crean redes en todo el país para protegerse y mantener segura la información, sabiendo que están solos, que ni a los medios de comunicación ni al gobierno nosotros les importamos.

En un taller una periodista me preguntaba: “¿Sigo siendo periodista si lloro?” Y yo pensaba, “¿Quién no lloró en esa caravana del dolor que cruzó el país y donde cada kilómetro aparecían decenas de almas mutiladas que habían tenido que callar que les habían matado a sus hijos? ¿Cómo no estremecerse al ver cada 10 de mayo la Avenida Reforma, cuando llena de madres que no tienen que portar el pañal en la cabeza de las madres de la Plaza de Mayo, porque las reconocemos? ¿Qué debemos sentir cuando te llaman para agradecerte que en una línea de tu reportaje mencionaste el nombre del hijo desaparecido entre los más de 26 mil registrados sólo los últimos 6 años? ¿O quien fue asesinado entre los 70,000 en la misma duración?”

Quien ha sido testigo de tanto horror, quien ha sido tocado por tanto dolor, quien se encuentra con los sobrevivientes que resurgen de las cenizas, nunca más vuelve a ser un alma en paz. La conciencia nunca deja de punzar. Ya no puedes borrar lo vivido.

Organizamos para cuidarnos a nosotros, hemos armado proyectos colectivos para recuperar la memoria de las víctimas, y para ponerle rostro, edades, sueños rotos a la estadísticas de muerte. Para que la sociedad (no sólo las víctimas ni los victimarios) sepa lo que ha ocurrido.

Aunque desde diciembre cambió el partido del gobierno, la PRI ha regresado, y nuevas víctimas siguen llegando a la redacción de la revista donde trabajo para ser escuchadas, mientras la mayoría de los espacios informativos les han cerrado la puerta de nuevo. Como por arte de magia el gobierno habla de paz en México y quiere esconder a las víctimas debajo de la alfombra.

Y las masacres siguen ocurriendo. Y en lugares como la Ciudad de México desaparecen jóvenes al salir de bares. Y hay madres y padres en huelgas de hambre pidiendo la búsqueda de sus hijos desaparecidos. Y los periodistas amenazados buscan la protección de un mecanismo gubernamental creado para él, pero eso no funciona.

La pregunta es: “¿Y ahora quién va a firmar la nota cuando silencien a todos? ¿Habrá nota?”

Esta es la batalla que se libra en México en estos momentos contra el silencio.

Necesitamos crear las condiciones para juntar la información que tenemos anotada en nuestras libretas, y con expertos juntar las piezas para ver quiénes se beneficiaron con tanto dolor, cuáles fueron los mecanismos de la muerte, cómo se llevaron a cabo, cuál fue el papel del Estado.

Por lo pronto lo que hemos podido hacer es caminar junto a las víctimas que exigen justicia y documentar sus pisadas. Como se les niega la verdad judicial, aspiramos a que vean su verdad reconocida en notas de prensa, para que lo ocurrido quede en la memoria social, a manera de una comisión de la verdad en tiempo real.

Gracias."