Algo está mal con la cultura institucional en las agencias fronterizas y de control migratorio del gobierno estadounidense. Es un problema que precede a Donald Trump, aunque se ha empeorado desde el 2016. Remediar esta cultura tóxica debe ser una prioridad para el próximo gobierno. Independientemente de quien gane la presidencia en noviembre 2020, la tarea será difícil, requiriendo reservas de voluntad política que podrán estar escasas.
Las décadas de trabajo de WOLA en latinoamérica nos han vuelto demasiado familiares con algunas unidades notorias de las fuerzas de seguridad. El Batallón Atlacatl de El Salvador, los Kaibiles de Guatemala, la Cuarta Brigada de Colombia o el FAES de Venezuela, junto con varios otros, cometieron masacres, violaciones, torturas, paramilitarismo, ejecuciones extrajudiciales y hasta genocidio.
Aunque sus contextos eran distintos, estas unidades compartían ciertas características en común. Se enfocaban en un enemigo interno. Ellos compartían una agenda ideológica con un partido o régimen gobernante. Ellos cometían abusos menores de manera cotidiana, además de sus crímenes más espectaculares. Ellos deshumanizaron a sus victimas y a sus propios miembros, y operaban con una sólida garantía de impunidad por sus acciones.
WOLA ha manejado un programa de seguridad y migración en la frontera entre Estados Unidos y México desde el 2011. Este trabajo nos ha tornado aún mas preocupados sobre la trayectoria de las fuerzas fronterizas de los Estados Unidos: Protección Aduanera y Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) y su componente de Patrulla Fronteriza. Adentro de los Estados Unidos, estamos similarmente preocupados sobre Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), aunque este análisis se concentrará principalmente en la frontera.
Necesitamos dialogar más sobre esta trayectoria porque mucho de lo que estamos viendo en las fuerzas fronterizas y migratorias de los Estados Unidos nos recuerda de lo que hemos visto en unidades notorias en otras partes. La politización, resistencia a vigilancia, y tolerancia con el abuso en la cultura institucional de las agencias fronterizas estadounidenses debe terminar.
El CBP, la Patrulla Fronteriza y la ICE no han llegado al nivel de las unidades latinoamericanas, pues nada en suelo estadounidense aún rivaliza La Masacre de El Mozote en El Salvador, el escándalo de los “Falsos Positivos” en Colombia o las guerras sucias de los 70. Sin embargo, estas agencias están exhibiendo algo del mismo enfoque del “enemigo interno”, la politización, la crueldad desenfrenada, la deshumanización, la asunción de impunidad y la resistencia a supervisión que hemos visto, con resultados trágicos, en nuestro trabajo en latinoamérica.
La Patrulla Fronteriza, en particular, ha seguido un camino de desarrollo institucional hecho a la medida para un mal resultado. Entre los que se unieron a la Patrulla en los primeros años después de su fundación en 1924 habían miembros activos del Ku Klux Klan. Durante sus primeras décadas, la fuerza continuó siendo pequeña y descuidada, operando afuera de la mirada pública y desarrollando una reputación de tener una mentalidad “vaquero” marcada por abusos frecuentes. Pasó por los Departamentos de Trabajo, de Justicia y del Interior antes de volverse parte del CBP dentro del nuevo Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) en el 2003.
La Patrulla Fronteriza se multiplicó en tamaño durante el período posterior al 11 de septiembre, incorporando nuevos reclutas tan rápido que “ningún aprendiz se queda atrás” fue un chiste común en la Academia. Hoy, hay aproximadamente 20,000 agentes, mientras el CBP en total (con mas de 60,000 empleados) es la agencia de seguridad más grande en el gobierno federal. Esta contratación rápida creo problemas gerenciales que se agravaron por la falta de comisionados del CBP confirmados por el Senado, una capacidad débil en los asuntos internos y un sindicato de empleados desafiante que se resiste a la reforma.
La mayoría de los lectores están conscientes de las consecuencias. La Patrulla Fronteriza y el personal del CBP han estado involucrados en incidentes de uso letal de la fuerza, incluyendo balaceras fatales en la frontera con México. Ha habido agentes que voluntariamente separaron miles de niños de sus padres sin mantener registros de las relaciones familiares. Durante períodos pico de la migración, ellos mantuvieron niños hacinados en estaciones de la Patrulla Fronteriza en condiciones poco higiénicas e inseguras que, cuando fueron reveladas, horrorizaron una gran parte de la población estadounidense. Debajo de la iniciativa de “Quédate en México”, mandaron con entusiasmo a decenas de miles de familias que estaban solicitando asilo a esperar sus audiencias, mientras estaban sin hogar y en condiciones vulnerables, en ciudades fronterizas mexicanas de altos índices de inseguridad. Cientos de personas fueron secuestrados o asaltados mientras el gobierno aclamó el esfuerzo como un “cambio en el juego” (“game-changer”). Nada en la cultura de la agencia desincentivó este comportamiento; a menudo, fue premiado.
Mientras abusos pasados como la “separación familiar” y “niños enjaulados” escandalizaron a gran parte de la nación, la evidencia de una cultura institucional perversa persiste en el 2020.
Más allá de todo esto, están las acusaciones cotidianas de perfil racial, el maltrato (llamado “tuning up”) de migrantes detenidos, lenguaje abusivo, el mantenimiento de hieleras y otras condiciones de custodia deliberadamente incómodas y una creencia que las personas utilizando su derecho legal de solicitar asilo son, en las palabras del Presidente Trump, “estafadores” que están jugando el sistema.
WOLA no cree que todos los agentes de la Patrulla Fronteriza y oficiales del CBP sean monstruos. Nosotros hemos hablado con decenas a lo largo de los años. La mayoría son sirvientes públicos dedicados. Muchos son padres cariñosos y lideres en sus comunidades. Nos preocupa más lo que les hace una cultura institucional cuya trayectoria está apuntando en la dirección de algunas de las unidades de fuerzas de seguridad más abusivas que hemos visto en latinoamérica.
Nosotros no sabemos como un agente típico se siente, o maneja internamente el estrés, cuando expulsa una familia suplicando no ser devuelta al peligro, o cuando deja un niño asustado bajo la custodia de contratistas que mostraron ser agresivos y profanos en un video que hizo un abogado en Texas. No sabemos lo que le pasa a alguien que decide permanecer en silencio después de ver un compañero de trabajo intimidar o maltratar a una persona indefensa en su custodia. La experiencia debe ser traumática, por lo menos inicialmente. Pero como nos dijo el ex agente de la Patrulla Fronteriza Francisco Cantú en agosto, la cultura de la institución “puede reformar y replantear la conciencia.” Cuando los mensajes de los líderes políticos y la historia de la propia institución refuerzan la visión de la crueldad como elemento disuasorio, el efecto acumulado es deshumanizante.
Durante el próximo año, WOLA está buscando más profundamente las maneras en que los Estados Unidos puede cambiar la cultura de sus agencias de seguridad fronteriza antes que las cosas empeoren. Se están realizando entrevistas, discusiones e investigaciónes documentales, y nuestras recomendaciones serán más especificas. Por ahora, sin embargo, los siguientes principios nos parecen ser innegables.
La impunidad persistente y los mecanismos de denuncias y de reparación no funcionales están creando incentivos perversos. La probabilidad reducida de ser castigado por comportamiento abusivo aumenta el comportamiento abusivo.
Aunque la mayoría de los agentes son personas decentes, rara vez hablan cuando uno de sus propios actos es abusivo o indecente. Grupos como el Consejo de Inmigración Americana, el Centro de Derechos Fronterizos del ACLU y la Red Fronteriza para Derechos Humanos han documentado la extrema dificultad en asegurar castigo o reparación por comportamiento abusivo. Los desafíos son profundos:
La Patrulla Fronteriza sufre de muchos de los mismos problemas de responsabilidad que, digamos, el Departamento de Policía de Minneapolis, como dijo el ex agente Francisco Cantú. Pero no hay personas paradas con cámaras de celular en la mitad del desierto para documentar lo que esta pasando. El empeoramiento de la impunidad presagia un empeoramiento de las culturas institucionales del CBP y la Patrulla Fronteriza.
Las agencias fronterizas estadounidenses están siendo peligrosamente politizadas, un fenómeno que hemos visto con demasiada frecuencia en las fuerzas de seguridad latinoamericanas.
Un sindicato (el Council Nacional de la Patrulla Fronteriza o NBPC por sus siglas en inglés) que pretende representar 90 por ciento de la fuerza apoyó a Donald Trump en las elecciones primarias del 2016, y hoy su red de Twitter copia o re-tuitea materiales de la campaña de Trump. El sindicato se ha afiliado con una agenda de política de inmigración que es mucho más dura que la opinión pública general de los Estados Unidos y algunos de sus mensajes, incluidos en su podcast, han sido virulentamente en contra del movimiento de Las Vidas Negras Importan (Black Lives Matter). El NBPC se indignó por las modestas reformas propuestas durante el gobierno de Obama, tales como los estándares del uso de fuerza y medidas en contra de la corrupción. Podemos esperar que la politización de la fuerza traerá un fuerte choque cultural si Joe Biden gana la presidencia en noviembre.
La politización ha venido junto con una postura de agravio de cara al público. Mucha de la mensajería del NBPC, junto con declaraciones del liderazgo del CBP en audiencias del Congreso, en Fox News y en otros lugares, es enojosa, defensiva y agraviada, incluso en una época cuando el gobierno en el poder esta proporcionando recursos y elogios a la agencia. James Tomsheck le dijo a Jonathan Blitzer del New Yorker que la actitud en el CBP con respecto a la supervisión era de “nosotros en contra del mundo.” Robert Bonner, quien se convirtió en el primer jefe del CBP en 2003, le dijo a Politico que la “actitud defensiva e insularidad dentro de la Patrulla Fronteriza” viene de su “complejo de inferioridad” cuando la Patrulla era una agencia subordinada del antiguo Servicio de Inmigración y Naturalización. Esto no es una señal de una agencia con una cultura organizacional saludable.
Adicionalmente, los agentes están siendo obligados a cumplir roles para los cuales no están entrenados. La misión principal de la Patrulla Fronteriza es defender las fronteras estadounidenses contra amenazas como el terrorismo y el crimen organizado, mientras se restringe la inmigración no autorizada. Hasta mediados del decenio de 2010, la “inmigración no autorizada” era principalmente adultos solteros buscando evitar la detención.
Sin embargo, en 2019, dos de cada tres migrantes eran niños o padres, la mayoría de ellos buscaban ser aprehendidos y procesados para solicitar asilo. Los agentes dedicaban la mayor parte de su tiempo en el proceso de papeleo, cuidando niños y familias en custodia, e interactuando con personas que fueron victimas de traumas. Estas no son tareas para las que la academia de la Patrulla Fronteriza los preparó, ni son tareas que requieran el tiempo y las habilidades de un agente de la ley armado y uniformado. Estas, ciertamente no son tareas para una agencia de orden público, que frecuentemente e incorrectamente, se refiere a sí misma como una organización “paramilitar.” El perfil de un inmigrante típico ha cambiado drásticamente y ni la agencia ni su alta dirección se han ajustado a dicho cambio.
El CBP necesita liderazgo consistente y autorizado. Desde el 2009, ha sido dirigido por un comisionado confirmado por el Senado por un poco más de cinco años y hoy en día no tiene ninguno. Eso es tóxico para una agencia que tiene menos de 20 años y ha experimentado un rápido crecimiento. Es aún mas tóxico en una época, en que las demandas han cambiado drásticamente y en que la politización sigue progresando. Los funcionarios activos no pueden instituir reformas u obligar cambios necesarios. Ellos terminan presidiendo sobre la inercia burocrática y sobre una peligrosa desviación cultural.
Tomando pasos fuertes para arreglar la cultura en el CBP y la Patrulla Fronteriza (así como ICE) es necesario no solo para las comunidades fronterizas y para los que son victimas de los excesos de estas agencias. Es necesario también para el bienestar de los propios agentes y oficiales, pues la mayoría desean hacer su trabajo de servicio con buena ética. Identificando y promoviendo la forma de hacer esto, será un enfoque principal del trabajo de WOLA en la frontera durante el próximo año.
Muchos sugieren abolir o desfinanciar estas agencias. Esta opción no debería ser descartada, si sus problemas culturales organizacionales están profundamente arraigados. Sin embargo, suprimir el CBP o la Patrulla Fronteriza no acabará la mayoría de las funciones que estas realizan. Unas de estas funciones, como el procesamiento y el cuidado de solicitantes de asilo y sus niños, claramente deberían ser realizadas por otro personal. Pero los Estados Unidos (o cualquier país) seguirán necesitando una fuerza en sus fronteras que esté atenta a las amenazas de seguridad, que pueda detectar y prohibir cruces no autorizados y que pueda registrar e inspeccionar los cruces autorizados. Parte de ese trabajo siempre será peligroso, y siempre habrá una agencia del orden público en la frontera llevándolos a cabo. Pero mucho de este trabajo puede ser ejecutado en forma muy diferente de la señalada por los ejemplos inquietantes antes mencionados.
WOLA espera discutir cómo hacer esto en nuestro trabajo durante el próximo año. De nuestro trabajo documentando unidades abusivas en muchas partes de latinoamérica, nosotros estamos seguros sobre varios principios. Será necesario terminar la orientación de estas agencias hacia un enemigo interno. Esto significará la despolitización y la desvinculación de una agenda ideológica. Esto significará una mayor responsabilidad por todos los abusos, sean graves o menores. Esto significará una rehumanización del personal y las poblaciones con las que ellos interactúan. Y significará, en breve, una cultura organizacional dramáticamente diferente a la que prevalece hoy en día.