Antes del amanecer en la ciudad costera de Necoclí, Colombia, niños pequeños de Venezuela corren de un lado a otro por una acera llena de gente, jugando mientras sus padres preocupados los vigilan, agarrando bolsas impermeables con sus documentos de identidad y mochilas con todas sus pertenencias. Junto con varias personas adultas de Haití, familias de Ecuador y muchas otras, esperan abordar una lancha abarrotada que opera con el permiso de un grupo criminal. Los llevará a través del Golfo de Urabá hasta el tramo de selva de Panamá que conecta América del Sur y Central, conocido como el Tapón del Darién. Allí caminarán más de 90 kilómetros, uno de los segmentos más peligrosos de un viaje de más de 4.800 kilómetros hasta la frontera entre Estados Unidos y México, donde esperan entregarse a las autoridades estadounidenses y pedir asilo.