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16 Aug 2022 | Análisis

¿Villana o víctima? El papel de las mujeres en el narcotráfico latinoamericano

Lauren Borders

Una de las formas más efectivas en la llamada Guerra contra las Drogas para justificar la violencia es estereotipar a sus enemigos, los distintos actores del tráfico de drogas. Estos “señores de la droga”, “capos” y “reinas de la cocaína” amenazan la estabilidad de los barrios de clase media, aterrorizan a pueblos sin nombre y corrompen a niños inocentes. De este modo, el narcotráfico se convierte en un asunto en blanco y negro y la guerra contra las drogas en una cruzada moral. Sin embargo, este tipo de etiquetas no dan cuenta de las complejas historias y circunstancias específicas que explican la presencia de la mayoría de las mujeres en el tráfico de drogas.

Mientras que los estereotipos de la guerra contra las drogas se basan en la simplicidad y la claridad moral, las mujeres de América Latina tienen una relación intrínsecamente compleja con las drogas ilícitas, caracterizada por los hilos entrelazados de las políticas punitivas, la vulnerabilidad socioeconómica y la desigualdad de género. Desde la década de 1980, las mujeres de América Latina se han involucrado más en los mercados de la droga, normalmente desempeñando papeles de bajo nivel y no violentos como último eslabón del sistema. En muchos casos, estas mujeres actúan como “microtraficantes” y venden pequeñas cantidades de drogas, o se dedican a transportar sustancias ilícitas dentro y fuera de las fronteras del Estado por encargo de actores más poderosos.

En todo el mundo, especialmente en el norte global, devoramos y exigimos la narrativa de los “señores de la droga”: los visitantes acuden en masa a los tours de Pablo Escobar y Griselda Blanco es protagonista en una nueva miniserie de Netflix. Sin embargo, la realidad de las mujeres del narcotráfico cuenta una historia totalmente diferente, más humana, marcada tanto por su decisión propia como por la desventaja, situada en un contexto de patriarcado.

La doctora Corina Giacomello, investigadora de la Universidad Autónoma de Chiapas en México, describe la naturaleza de la participación de las mujeres en el narcotráfico: “Sin querer desestimar la decisión de las mujeres en la perpetración de delitos -que suele enmarcarse en contextos de victimización de género y situaciones socioeconómicas adversas-, sin embargo, son las estructuras patriarcales y la violencia de género las que condicionan la participación de las mujeres en actividades delictivas”.

Aunque nuestro conocimiento de la relación de las mujeres con las drogas y el narcotráfico ha evolucionado enormemente en los últimos años, sus antecedentes siguen siendo muy variados. Las experiencias de las mujeres suelen estar marcadas por una serie de vulnerabilidades -marginación económica y social, racismo y xenofobia-, pero también pueden incluir momentos de lo que parece ser decisión propia u oportunismo. Sin embargo, suelen experimentar relaciones y formas de exclusión social que influyen en su participación en el tráfico de drogas. Para muchas, las parejas masculinas son su puerta de entrada a la delincuencia de bajo nivel, donde las mujeres les ayudan en el comercio, buscando ser “buenas” esposas o novias. La violencia de género, tanto de las relaciones sentimentales como de los traumas de la infancia, también puede ser un desencadenante de la delincuencia. Las mujeres que cometen delitos de drogas de bajo nivel son una población compleja que escapa a las explicaciones directas, lo que se hace infinitamente más difícil por su falta de visibilidad en la sociedad.

Sin embargo, en general, las mujeres que se dedican al tráfico de drogas proceden de entornos sociales desfavorecidos y realizan trabajos de alto riesgo en los niveles más bajos de la escala del crimen organizado, en una economía no regulada que está controlada predominantemente por hombres. Y, por supuesto, las mujeres que desempeñan estas ocupaciones vulnerables -como correos a pequeña escala, vendedoras de bajo nivel o transportistas- tienen más probabilidades de ser detenidas y encarceladas y de ser sometidas a todo el peso de la política punitiva en materia de drogas.

Los correos de drogas y los microtraficantes son objetivos naturales de las fuerzas de seguridad; son fáciles de interceptar, sencillos de perseguir y, con frecuencia, objeto de extorsión. Estos casos están llenando rápidamente las cárceles de América Latina. Aunque el número de hombres en prisión por delitos de drogas (y en general) supera al de mujeres, el número de mujeres encarceladas por delitos de drogas en la mayoría de los países latinoamericanos está aumentando a un ritmo mayor. Una vez dentro del sistema de justicia penal, las mujeres siguen teniendo una experiencia de género única, ya que están sujetas de manera desproporcionada a la detención preventiva y a largas condenas, lo que causa estragos en sus familias y en las personas que dependen de ellas.

 

FUENTE: WOLA

Según Coletta Youngers, Senior Fellow de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA), “detrás de las estadísticas del rápido aumento del número de mujeres encarceladas por delitos de drogas en América Latina hay historias trágicas de mujeres, a menudo madres solteras, que acaban vendiendo pequeñas cantidades de droga o transportando drogas para poder poner comida en la mesa para sus hijos. No son las que obtienen grandes beneficios, pero son las más fáciles de detener y pueden pasar años entre rejas, con consecuencias devastadoras para sus hijos y familias”.

Giacomello añade: “Considerar a estas mujeres como ‘traficantes’ no sólo seguirá empeorando las condiciones de las cárceles y separando a las familias -en particular a las hijas e hijos de sus madres privadas de libertad-, sino que también perpetuará la violencia contra las mujeres y su reproducción por parte de las estructuras del Estado.”

Las duras políticas de drogas han demostrado ser especialmente perjudiciales para las mujeres. En muchos países, las penas por “tráfico” de drogas son más duras que las impuestas por violación o asesinato, y las mujeres acusadas de delitos de drogas tienen muchas más probabilidades de permanecer en prisión preventiva que los hombres y ahí languidecer entre rejas durante meses o incluso años antes de que se demuestre su culpabilidad. Atrapadas en un agresivo sistema de criminalización, estas mujeres y su individualidad son borradas, por lo que es muy fácil ignorar las circunstancias únicas que hacen que el encarcelamiento sea particularmente severo para esta población. En promedio, las mujeres que están en las cárceles latinoamericanas tienen más probabilidades de ser madres, de tener más de tres hijos, de haberse convertido en madres en la adolescencia, y alrededor del 39% tienen parejas encarceladas. Las mujeres encarceladas -sobre todo las madres- sufren graves consecuencias emocionales y psicológicas, y sus hijos suelen enfrentarse a retos educativos y al estigma social.

Como recuerda Youngers: “Las historias de participación de las mujeres en el tráfico de drogas revelan circunstancias similares. Por ejemplo, Gaby, procedente de una comunidad indígena de México, transportaba cannabis dentro del país como forma de pagar los elevadísimos gastos médicos de su hijo, debido a una parálisis cerebral. La atraparon, la condenaron a 10 años de prisión y la liberaron después de siete. Su hijo tuvo que ingresar en una institución, mientras que su otro hijo estaba con unos parientes. Esa familia perdió 7 años juntos. Gaby ha tenido que enfrentarse a tremendas dificultades para rehacer su vida, ahora con antecedentes penales, lo que le ha dificultado mucho la búsqueda de empleo. Su encarcelamiento no supuso ningún cambio en el tráfico de drogas, pero tuvo consecuencias devastadoras para Gaby y sus hijos”.

Los estudios estiman que, dependiendo del país, entre el 35% y el 70% de las mujeres encarceladas están allí por delitos de drogas a pesar de que esta estrategia no hace nada por desbaratar los mercados de la droga.

¿Qué puede romper el ciclo?

Giacomello cree que “para abordar este problema, es necesario abordar la violencia de género y apoyar la economía del cuidado, así como despenalizar los delitos menores relacionados con las drogas y reforzar la aplicación de medidas alternativas al encarcelamiento con perspectiva de género”.

En otras palabras, la justicia para las mujeres del narcotráfico pasa por la despenalización y por alternativas a la dureza que las políticas punitivas de drogas han creado para las mujeres en América Latina. Las experiencias de estas mujeres demuestran que la guerra contra las drogas es cada vez más una guerra contra las mujeres. Abordar la relación entre las mujeres y el comercio de drogas requerirá un cuidadoso cambio sistémico, que incluya la consideración legal de los traficantes y contrabandistas de bajo nivel -no sólo de los consumidores- mediante sentencias no privativas de libertad y un mayor apoyo social. Será necesario un cambio de política y de perspectiva.

En los medios de comunicación populares se nos muestra que los actores del tráfico de drogas son villanos de proporciones míticas. ¿Pero qué pasaría si fueran madres, cuidadores, supervivientes? ¿Qué pasaría entonces?

 

*Este artículo fue publicado originalmente por Talking Drugs y fue traducido y republicado con permiso. Lea el artículo original aquí.